Comentario
La difusión de las fórmulas arquitectónicas y escultóricas presentes en la seo tarraconense es perceptible en una serie de conjuntos relativamente próximos, aunque los resultados no fueron tan amplios y llamativos como los del caso de Lleida. Sin embargo, lo más notable resulta del desarrollo de algún taller de escultura, especialmente del claustro.
En la misma ciudad de Tarragona hay una de las muestras significativas en la fachada del antiguo hospital de Santa Tecla, ante el lado meridional de la catedral. Los indicios documentales vienen dados por dos legados de 1171 y 1214. De la parte primitiva se conserva un total de cinco arcadas, restauradas muy recientemente, que debían formar parte de un porche en la zona baja.
Técnicamente, el mayor grado de familiaridad es visible en los capiteles de los contrafuertes del claustro, dado que ambos son ejecutados en piedra caliza, a diferencia del mármol del frontal y del resto de la escultura de aquél. Los motivos que decoran las arcadas y los correspondientes capiteles y cimacios concuerdan tanto con el claustro como con algunos puntos de la iglesia, lo que permitiría fechar el conjunto a finales del primer tercio del siglo XIII.
El ejemplo más relevante lo encontramos en la portada de Santa María del Pla de Cabra, cuyo estilo coincide con el hospital de Santa Tecla. La presencia de figuración, presidida en el dintel por la Virgen con el Niño, éste lactante, permite definir una mano menos experta, pero cuyos recursos dependen claramente de Tarragona. Pertenecen a una mano muy semejante a la del Pla de Cabra los relieves de las claves de bóveda de la sala capitular del monasterio de Poblet, en una de las cuales se representa una imagen de la Virgen con el Niño, éste amamantado, como en el dintel citado. En Santes Creus y en una clave de bóveda de la iglesia monástica de Sant Cugat del Vallés hay testimonios de la difusión de los talleres tarraconenses, en unas fechas enmarcadas entre 1230 y 1250.
De esta manera, la relación con los conjuntos del Císter parece haber tomado ahora un sentido opuesto, es decir, receptivo de unos artífices que derivan de las producciones tarraconenses. Lo mismo debió suceder con las galerías más primitivas del claustro de Vallbona de les Monges, cuya decoración se acerca sobre todo a nivel temático con la del claustro de Tarragona. Dicha familiaridad es especialmente sorprendente en algunos de los cimacios. Desde esta perspectiva, que se nos presenta actualmente como una red completa de contactos, entramos en un terreno prácticamente virgen para la historiografía del arte de la época que tratamos.
El énfasis puesto sobre las construcciones de las catedrales de Lleida y Tarragona no debe ocultar la importancia de otros centros dentro del panorama variado y contradictorio del siglo XIII catalán. Además, hay que tener presentes las múltiples modalidades que se perciben en la pintura e ilustración de manuscritos contemporáneos, con puntos de contacto significativos con la escultura. Aparte de conjuntos ya tratados, hay que recordar la existencia de monumentos como el presbiterio de Sant Feliu de Girona, los claustros de Santa María de l'Estany y Sant Benet de Bages, así como las iglesias de Camarasa y Santa Martí Sarroca. No podemos entrar ahora en detalle sobre las relaciones que plantean, y que encajan dentro del carácter que manifiestan las dos grandes seos. Y no hay que olvidar, finalmente, los edificios de menor envergadura construidos en las respectivas ciudades durante la misma época: iglesia de Sant Pau y capilla de Santa Tecla la Vella en Tarragona, iglesia de Sant Joan, ésta inadvertida, y el Palau de la Paería, en Lleida, entre otros.
La incorporación de las novedades parece fundirse lentamente con el peso de una tradición especialmente enraizada a partir del último cuarto del siglo XII La reiteración de determinados repertorios y recursos estilísticos dan la impresión, en algunos casos, de cierto estancamiento. Pero a grandes rasgos, las sucesivas oleadas de origen septentrional, de raíz mediterránea, fueron aportando la posibilidad de una transformación, favorecida por una fuerte necesidad constructiva y decorativa. Todo ello parece enmarcarse dentro de la sostenida homogeneidad de la Europa mediterránea occidental de aquellos siglos, en el ya citado arco que va desde Sicilia a la Península Ibérica, y que también es sensible a las aportaciones del norte de Francia llevadas a cabo desde 1140. Por ello, las vías de influencia se determinan a partir de los focos tolosano, provenzal e italianos, algunos de los cuales destacaron también por su fuerte componente clasicizante.
La adopción de sistemas constructivos más avanzados -no discutiremos ahora en base a qué proyectos o cambios de plan-, la progresiva emancipación de la escultura respecto a su marco arquitectónico, un sentido más ágil y dramático de las representaciones, el mayor grado de verosimilitud en los cuerpos, gestos y actitudes de las figuras, constituyen algunas de las muestras de esta situación de cambio. De un 1200 (en un periodo que abarcaría entre las últimas décadas del siglo y mediados del siglo XIII), quizá enlace no sin entidad propia, entre lo que admitimos como románico y como gótico.